viernes, 22 de noviembre de 2013

Cuando el dolor



Cuando el dolor, la desesperación, la enfermedad

o la muerte, van invadiendo los rincones más vulnerables

de nuestra alma, buscamos como niños huérfanos,

abrazarnos al ser que nos sane las heridas más profundas,

más dolorosas e inexplicables: entonces buscamos a Dios.


Nos aferramos a la Fe, que a veces, se despierta

dentro nuestro, tan débil y tan frágil, que pareciera

que no nos puede llevar hasta Dios, y confundidos

preguntamos el porqué de tanto dolor y tanto desamparo,

sin encontrar la respuesta ni el consuelo.


Y sin embargo, está ahí, basta solo con orientarla

hacia Jesús, que naciendo Rey vivió siempre pobre;

siendo el Mesías, tuvo que huir y vivir en el exilio;

siendo el Salvador, tuvo que sufrir el desprecio de los necios,

conociendo el dolor insoportable de la muerte en la cruz,

aceptándolo por Amor, ofreciéndolo por este mundo extraño,

que se ama y odia, desde lo más hermoso y sublime

hasta la indiferencia y la muerte más descarnada.


Pero de pronto, en el medio de la desesperación

y de la pena, Jesús toca nuestros corazones,

y la Fe se vuelve ciega e infinita, y nos hace conocer

el éxtasis del Amor, de la Entrega, de la Humildad,

nos hace valorar y amar tanto a Dios, que aceptamos

sus designios, sus caminos, a veces demasiado tristes

pero siempre santos, y su mano sana nuestros corazones

heridos, calma nuestros llantos desesperados,

alivia nuestros dolores.

Siempre Dios, siempre el Amor que nunca falla.

Es verdad que los milagros aumentan nuestra Fe,

pero cuando oramos con Fe, y los milagros

no se producen, no quiere decir que Dios no nos ama,

sino sea tal vez, que su plan es más grande,

y es más grande aún todavía, su abrazo tierno y glorioso

hacia ese hijo amado que está sufriendo.

Orar, a veces, no cambia las cosas que ocurren,

pero cambia para bien nuestros corazones.

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