: “La belleza reside en el corazón de quien la contempla”.
Esta es la belleza en la que nos detendremos. Es la belleza que uno
tiene dentro como fuente para saciar la sed propia y la de los demás.
Llega a ser fuente de alegría constante, de gozo consolador, de encanto
arrebatador. Genera amor y alegría renovada en quien la contempla y se
beneficia de ella, en el trato con esa persona.
Esta belleza interior se exterioriza en resplandores de bondad,
veracidad, honestidad, coherencia, simplicidad, encanto, armonía,
equilibrio. Por eso, una persona será bella interiormente en la medida
en que viva y se alimenta de las otras cualidades del ser: unidad,
verdad, bondad.
¿Cómo llegar a descubrir nuestra belleza interior?
En la medida en que somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para
interesarnos por los demás y sentimos la necesidad interior, acuciante,
aunque serena, de contribuir con nuestra vida y nuestras obras a hacer
de este mundo un lugar mejor, más hermoso y gratificante para todos…en
la medida en que dejemos de inquietarnos por las necesidades más bajas
de supervivencia y de seguridad que se cubren de forma automática y nos
elevemos sobre lo material, perecedero y terrenal, para entrar en el
área inconmensurable, llena de luz y de esperanza del espíritu…en esa
medida comenzaremos a apreciar en nuestro interior que tenemos verdad,
bondad, espiritualidad y belleza, y las sentimos y vivimos con plenitud
en lo más profundo de las estructuras que conforman nuestra mismidad.
Por tanto, esta belleza interior está en ti y es la unión de verdad,
bondad, espiritualidad. Es un valor que se autogenera en todo aquel que
sepa sentirla, vivirla, sintonizarla y crearla en su derredor. Hay que
descubrirla, pues está en ti. Que no te pase que mueras sediento de sed,
teniendo a tu lado esta fuente inagotable
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