sábado, 21 de septiembre de 2013

NO SE LO DIGAS A NADIE. 2da Parte



El acto de compartir con otra persona en nuestra vida secreta es sin duda una nuestra de amistad y confianza. No obstante, con ello cargamos en el otro una responsabilidad que no ha elegido tomar desde el momento en el que decimos “¿podrás guardarme un secreto?
Aunque la respuesta sea afirmativa, la probabilidad de que el pájaro de la confidencia escape de la jaula es alta debido, entre otros, a dos factores:
Cuesta encontrar temas de conversación excitantes en una pareja, en un grupo de amigos o en el entorno familiar. Por eso es fácil que en una velada aburrida, tras la segunda cerveza o copa de vino, salte el clásico “si te cuento algo gordo, ¿puedes guardarme el secreto?
A veces la confidencia pone en una difícil situación moral a quien la escucha. Por ejemplo, si se es amigo de una pareja y uno de ellos cuenta una infidelidad, sentimos que estamos traicionando a la parte afectada. Esto puede llevar a abrir la caja de los truenos.

Cuando explicamos algo que puede comprometernos, somos conscientes, en mayor o menor medida, de este riesgo. La cuestión sería por qué necesitamos compartirlo, dado que, como se dice: “tres podrían guardar un secreto si dos de ellos hubieran muerto”

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