viernes, 6 de marzo de 2015
Debes aprender que, con paciencia, puedes mejorar tu destino.
Debes saber que, mientras más tenaz sea tu paciencia, más segura será tu recompensa.
No existe ningún gran logro que no sea el
resultado de un trabajo y de una espera
pacientes.
La vida no es una carrera.
Ningún camino será demasiado largo para ti si
avanzas sin prisa.
Evita, como la peste, todo carruaje que haga un
alto para ofrecerte un rápido viaje a la
riqueza, la fama y el poder.
La vida tiene condiciones tan duras, hasta en sus
mejores momentos,
que las tentaciones, cuando hacen su aparición,
pueden destruirte.
¡Camina! Puedes hacerlo.
La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce.
Con paciencia puedes soportar cualquier adversidad
y sobrevivir a cualquier derrota.
Con paciencia puedes controlar tu destino y tener lo
que desees.
La paciencia es la clave de la satisfacción para ti y
para los que deben vivir contigo.
Comprende que no puedes apresurar el éxito del
mismo modo que los
lirios del campo no pueden florecer antes de la
primavera.
¿Qué pirámide se construyó alguna vez si no fue
piedra sobre piedra? ¡Cuán pobres son
los que no tienen paciencia!
¿Qué herida sanó alguna vez a no ser poco a poco?.
Todos los inapreciables atributos que los hombres
prudentes proclaman como necesarios
para alcanzar el éxito, son inútiles si no
tienes paciencia.
El ser valiente sin paciencia puede matarte.
El ser ambicioso sin paciencia puede destruir la
carrera más prometedora.
El esforzase por alcanzar la riqueza sin paciencia
no hará sino separarte de tu magra bolsa.
El perseverar sin paciencia es siempre algo
imposible.
¿Quién puede dominarse, quién puede perseverar sin
la espera que es uno de sus atributos?
Empléala para robustecer tu espíritu, para dulcificar tu
carácter, para calmar tu enojo, para sepultar tu envidia,
abatir tu orgullo, frenar tu
lengua, contener tu mano y entregar todo tu ser, a su
debido tiempo, a
la vida que mereces.
Saber adaptarse es saber discernir, iluminando la realidad con la sabiduría.
Así se aprende a conservar valores perennes, a no negociar los principios y a cambiar lo que conviene cambiar.
Nada tan importante como cultivar el don del discernimiento en vivencias de meditación e interiorización.
Un don espiritual que se ejercita cuando vivimos unidos al Espíritu Santo, dispuestos a dejarnos guiar por él. (Isaías 61).
A diario debemos llegar a un remanso de paz llamado meditación para aquietar el alma y recibir luz divina.
Cada día necesitamos crecer en discernimiento y elegir lo mejor, sin lastimarnos ni lastimar a otros.
En efecto, muchos conflictos nacen o se agigantan por ausencia de paz interior, por precipitud o por llamar bien al mal y mal al bien.
Y eso es lo que Dios da a quienes lo aman y lo siguen: El don para distinguir la verdad de la mentira y elegir lo que es bueno.
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