miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA LENGUA



No he podido averiguar quién lo dijo, pero es algo que pruebo no olvidar, porque nunca se sabe. 

“Prefiero asegurarme de que mis palabras sean lo más dulces y suaves posible, no sea que un día tenga que tragármelas” 

Reconozco que me he tenido que tragar más de una y más de dos, y no es algo agradable, ni plato de gusto.

Es increíble como la lengua, un miembro del cuerpo, de los pequeños que tenemos, es capaz de ser tan orgulloso y jactancioso, rebelde y difícil de controlar.

El ser humano que puede vanagloriarse de haber sido capaz de dominar fieras, domar a casi todo vicho viviente, es incapaz de domar su lengua.

Fíjate que en muchas ocasiones la comparamos con la serpiente y decimos de otros que tiene una lengua viperina, porque parecen soltar veneno de ella.

Y es que, hablar es fácil para el que puede, pero hablar bien y razonando es complejo, necesita de una práctica, de un ejercicio previo que olvidamos muy a menudo.

Luego esta aquella frase que nos salva: “el que tiene boca, se equivoca”. Así pues, equivocados todos.

Cuando hablo es distinto a cuando escribo, el lenguaje cotidiano es diferente, tiene una riqueza distinta, espontánea, tal vez por eso menos controlada.

Y la lengua suele saber dónde agarrarse, unas veces de la mente, otras del corazón y muchas de la sin razón.

Las palabras forman parte de mi mundo, son mi mundo cuando me pongo a escribir, y es por eso que las analizo tanto, y rebusco en su interior, mirándolas desde todos los lados posibles.

Todos sabemos de las clasificaciones gramaticales de las palabras, las clasifican según su origen, o por la silaba que la acentúa.

Pues yo hoy he querido exprimir esta clasificación y sacarle mi jugo particular.

Palabras primitivas: las primeras, las que todos conocemos, originales y sin vuelta de hoja, sencillas, son como el primer balbuceó de un bebe... papa… mama…

Palabras compuestas: estas son muy buenas, son palabras que abrazan otra palabra, para formar una nueva, que en muchas ocasiones roban el significado a las palabras originales, para darles uno distinto. Juguetonas e impredecibles como todas las uniones de dos… Agridulces, altibajos, cantamañanas…

Palabras derivadas: estas tienen su miga, muy presumidas se engalanan por delante o por detrás, con prefijos o sufijos, que las aumentan, las inflaman, las niegan, las equiparan… son como una vestimenta a la que le añadimos complementos.

Palabras parasintéticas: Las más estresadas, las que se conforman con un revoltijo de compuestas y derivadas, pero tan vivas y creativas, son un manantial inacabable.

Y por fin, con todo mi respeto a la gramática, para mí:

Las palabras agudas: son las que se clavan, para bien o para mal, las que entran muy adentro, las que pueden tener hasta doble filo.

Las palabras graves: son las duras, las que duelen, las que sin gritar dictan sentencia y no dejan margen, porque te derrotan.

Esto independientemente de donde tengan que llevar el acento.

Muchas veces tenemos poca conciencia de lo que nuestra lengua suelta, hasta que lo ha soltado.

Es por esto que poniendo, a nuestros políticos y gobernantes, como ejemplo de esta falta de conciencia, les recomendaría que pensaran un poquito antes de decir las tremendas tonterías que dicen.

Camps: “Yo me pago mis trajes”

¡¡Toma y yo!! Solo que mi sueldo no es el suyo, y dentro de mi sueldo no hay un apartado para esos menesteres.

Y para todos, incluida yo, un recordatorio con el que empezaba:

“intentemos que nuestras palabras sean siempre dulces y suaves, no sea que tengamos que tragárnoslas”

Seguro que entre todas las que acabo de dejar hay alguna que tragarme, igual que estoy segura de que habrá quien pensara que me las podría tragar todas, pero es que yo sigo domando mi lengua.

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