Me gusta extender los brazos al cielo, me gusta abrir las puertas al mundo, aquel que girando a mi alrededor se encarga de escudriñar cada paso que doy en pos del descubrimiento que tratan mis preguntas de conciliar con mi razón.
Me gusta abarcar el universo con la mirada, me gusta sentirme parte del mismo, cuando se desorbitan mis sueños facilitándole de alas lo suficientemente ágiles como para alcanzar la velocidad de cualquier estrella fugaz en busca de mis deseos.
Me gusta delimitar el espacio y tiempo entre sueños y realidad, me gusta dejarme atrapar por las caricias desatadas que imaginadas en tiempo parcial me abrazan cuando necesito sobrevivir a leyendas maltrechas del día a día de mi existencia.
Me gusta pensar que trato de ser feliz, me gusta pensar que lo estoy consiguiendo, dibujando aun con el pincel seco sonrisas al amanecer de mis propias inseguridades como cuando el azul del cielo se empeña en abastecer de oscuridad mis horizontes.
Me gusta sobrevolar mi propias limitaciones, me gusta invadir la falta de tiempo cuando no deja de resonar en mi cabeza el incesante tic tac del reloj indeseado recordándome que la vida son dos días y que los días de una vida pasan con rapidez.
Me gusta sentir la vida, me gusta sus dimes y diretes, me gustan tantas cosas que ni yo misma soy capaz de nombrarlas, por que igual puedo parecer algo pretenciosa, pero no lo soy, no trato de abarcar riqueza alguna, salvo aquella que se llama felicidad.
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